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CON LA DEMOCRACIA NO SE JODÍA

  • Foto del escritor: Laureano Levato
    Laureano Levato
  • 9 abr
  • 6 Min. de lectura
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-"¿Usted cree que las futuras dictaduras serán militares?

-No, señor. El militar no vale nada junto al industrial. Puede ser instrumento de él, nada más. Eso es todo. Los futuros dictadores serán reyes del petróleo, del acero, del trigo "

Roberto Arlt (1900 - 1942)

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Con el propósito de llegar a una conclusión sobre un tema o instituto considerado obsoleto

(SPOILER ALERT: la democracia ya no existe), presentaré algunos argumentos que, aunque

probablemente hayan sido analizados exhaustivamente por el lector, tienen como único fin

justificar este alegato, quizás ambicioso.


El pacto democrático (¿el qué?)


En 1983, Argentina celebraba el retorno a la democracia: una verdadera fiesta popular, llena de algarabía, alivio y esperanza. Los derechos y garantías prometidos ofrecían la ilusión de un nuevo comienzo. Sin embargo, cabe preguntarse ¿realmente fue un regreso pleno? Décadas de proscripción política habían dejado huellas profundas que ponían en duda la calidad de esta democracia, pero ello no será objeto del presente.

Hoy, ya avanzados en el siglo XXI, parece que los valores de ese otrora pacto democrático han perdido fuerza, no sólo en Argentina sino en el mundo entero. Lo que una vez se entendió como un acuerdo fundamental de convivencia y respeto mutuo, ahora está (mínimamente) en riesgo.


¿Existe democracia por el simple hecho de ir a votar?


El título ya de por sí nos conduce a la obvia respuesta: la simple elección mediante el sufragio no garantiza una democracia plena y saludable. Este sistema, en demasiados casos, parece reducido a una fachada donde la legitimidad de origen (el hecho de ser elegido) se antepone a la legitimidad de ejercicio, es decir, la capacidad de gobernar respetando principios democráticos. Es decir, un gobierno puede ser efectivo en términos de administración o logro de objetivos pero lo hace sin cumplir principios fundamentales como la separación de poderes, el respeto por los derechos humanos, la transparencia o la rendición de cuentas. Esto conlleva riesgos como el debilitamiento de las instituciones, concentración de poder o abuso de autoridad, más allá de tener apoyo popular momentáneo por sus resultados (por ejemplo, estabilidad económica o seguridad).


Además, la democracia trasciende el acto de votar: requiere una participación ciudadana activa y constante. No basta con acudir a las urnas cada cierto tiempo, es fundamental que los ciudadanos sean parte de los procesos políticos, tanto en la toma de decisiones como en la fiscalización de las mismas. Sin esta participación, la democracia corre el riesgo de convertirse en un sistema donde las élites políticas y económicas controlan la agenda, dejando de lado las verdaderas necesidades y preocupaciones de la sociedad.

Por otra parte, la instrumentalización de la justicia, a menudo al servicio del gobierno de turno, es uno de los síntomas más preocupantes. Líderes políticos son perseguidos, inhabilitados o encarcelados bajo causas dudosas, desdibujando los límites entre justicia e intereses políticos.


Algunos ejemplos


Se podrán imaginar que el disparador de esta idea ha sido nuestro líder supremo, el Javo, que desde diciembre de 2023 (una eternidad) ha generado debates sobre su estilo de gobierno y las implicaciones para la democracia en el país. Por ejemplo, su decisión de nombrar jueces de la Corte Suprema por decreto, sin consenso del Senado, ha sido criticada como una medida que podría debilitar las instituciones democráticas. De igual modo, su enfoque en reformas económicas y políticas conservadoras, como la readecuación de normativas para cumplir con exigencias arancelarias de Estados Unidos, ha sido objeto de controversia como también la toma de deuda soberana (guiño) sin respetar la legislación actual.


Este tipo de acciones plantea preguntas sobre la legitimidad de ejercicio ya que, aunque pueda mostrar eficacia en ciertos aspectos como el crecimiento económico, algunos consideran que no respeta principios democráticos fundamentales.


Algunos ejemplos emblemáticos en el mundo, para demostrar que no estamos solos, incluyen:

Brasil: Jair Bolsonaro enfrenta investigaciones por su presunta implicación en el ataque al Planalto

el 8 de enero de 2023 cuando sus seguidores invadieron las sedes de los tres poderes en un

intento de desestabilizar el gobierno de Lula da Silva. Esto ha generado debates sobre la fragilidad

institucional y la polarización política en el país.

Argentina: Cristina Fernández de Kirchner ha sido condenada por corrupción en la Causa Vialidad, lo que incluye una pena de prisión e inhabilitación política. Sin embargo, sus defensores argumentan que el proceso judicial está politizado y carece de imparcialidad. Incluso dos disparos que no salieron, acto de magnitudes inimaginable si la suerte hubiera sido otra. Por otro lado, en ciertos sectores comienza a resurgir una peligrosa tendencia: la reivindicación de períodos prodemocráticos, como la idea de "volver cien años atrás"; cuando el país estaba marcado por un sistema político profundamente excluyente y elitista. Este tipo de discursos, acompañados por un negacionismo hacia los logros de la democracia y los derechos conquistados desde entonces, representan una amenaza seria. Tales planteos no sólo desvalorizan décadas de construcción democrática sino que también banalizan los costos humanos y sociales de los regímenes autoritarios. Asimismo, la instalación de narrativas que justifican la centralización del poder y la exclusión de sectores vulnerables refuerza un clima de regresión que pone en riesgo los valores democráticos fundamentales..


Perú: Pedro Castillo intentó disolver el Congreso en diciembre de 2022, lo que fue considerado un golpe de Estado fallido. Esto llevó a su destitución y encarcelamiento, mientras el país sigue enfrentando protestas y tensiones políticas y quien fuera su vice, Dina Boluarte, continúa en la presidencia con un gobierno repleto de irregularidades, contando gran cantidad de muertos.

Francia: Marine Le Pen, líder de la extrema derecha, fue inhabilitada políticamente por

malversación de fondos europeos. Aunque su partido sigue siendo influyente, este caso ha puesto

en duda la transparencia y la ética en la política francesa.

Hungría: El gobierno de Viktor Orbán ha sido acusado de erosionar la independencia judicial,

restringir la libertad de prensa y consolidar el poder en detrimento de los valores democráticos de la Unión Europea.

Turquía: Bajo el liderazgo de Recep Tayyip Erdoğan, se han implementado medidas que limitan la libertad de expresión y fortalecen el control del ejecutivo sobre otras instituciones, lo que ha generado preocupaciones sobre el autoritarismo.

Venezuela: El régimen de Nicolás Maduro ha sido señalado por la comunidad internacional por la represión de la oposición, elecciones cuestionadas y una crisis humanitaria que ha debilitado las instituciones democráticas.

Rusia: Aunque no es una democracia plena, el gobierno de Vladimir Putin ha intensificado la

represión contra opositores políticos y medios independientes, consolidando un modelo

autoritario.


Nuevos actores y el fin del cordón sanitario


El escritor Roberto Arlt, ya en 1924, predijo con agudeza que los futuros dictadores no serían

militares, sino magnates del petróleo, del acero y de otros sectores económicos clave. Hoy

personajes como Elon Musk, cuya influencia trasciende la economía y toca la política, parecen

darle la razón. Musk, como otros actores no estatales, representa un nuevo tipo de poder que no responde a procesos democráticos. Su capacidad para influir en decisiones globales, desde la regulación tecnológica hasta la comunicación masiva, plantea serias preguntas sobre la soberanía de los Estados y la independencia de los poderes.

Además, el abandono del llamado "cordón sanitario" contra las ultraderechas en varias partes del mundo ha permitido que discursos extremistas y negacionistas ganen terreno. Este fenómeno no sólo amenaza la convivencia democrática, sino que también normaliza ideas que antes eran consideradas inaceptables.

El negacionismo, en particular, es un peligro latente. Desde la negación de hechos históricos hasta la desinformación sobre temas actuales, este fenómeno erosiona la confianza en las instituciones y fomenta la polarización social.


ROMANTICAMENTE PUEDO CONCLUIR DE LA SIGUIENTE MANERA


La democracia. Un acuerdo, un sueño, una promesa que alguna vez estuvo bordada con hilos de esperanza en las banderas de un pueblo. Pero esos hilos, hoy más que nunca, parecen deshilacharse bajo el peso de las maniobras políticas, las ambiciones desmedidas y las necesidades urgentes de un mundo que corre más rápido de lo que puede pensar. En este siglo XXI, donde los algoritmos predicen elecciones y los magnates diseñan las reglas del juego, ¿qué queda de ese pacto fundamental? Queda el espíritu. Quedan las voces que no se callan, los ideales que no claudican y esa esencia rebelde, bien nuestra, que no permite que nos pasen por encima sin dar batalla. Porque con la democracia no se jode. No se jode porque es el único paraguas que nos protege, aunque a veces tenga agujeros. No se jode porque sin ella, el futuro se vuelve apenas una prolongación del presente, sin matices, sin libertades.


La democracia no es perfecta, nunca lo fue. Pero es nuestra, y como todo lo que es nuestro, nos toca cuidarla, reinventarla, defenderla como si fuera lo último que nos queda. Porque quizás lo sea. Y si algún día dejamos de hacerlo, si permitimos que los usurpadores de turno la conviertan en caricatura, en un decorado vacío, entonces será el día en que nos habremos jodido nosotros mismos.

Así que hoy, más que nunca, la invitación es clara: que no nos gane el cinismo. Que no nos gane la resignación. Que la democracia siga siendo más que un recuerdo bonito en los libros de historia.

Que sea desafío, que sea lucha, que sea sangre en nuestras venas y bandera en nuestras manos. Porque con la democracia no se jode. FIN.

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