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EL ETERNAUTA YA ES UN FENÓMENO MUNDIAL

  • Foto del escritor: Juan Cuzzolino
    Juan Cuzzolino
  • 2 may
  • 3 Min. de lectura



La irrupción de El Eternauta en Netflix, como segunda serie más vista del mundo, no es un fenómeno casual. Detrás del éxito global late una historia profundamente argentina, tejida con los hilos de la resistencia, la memoria y una advertencia urgente para el presente. La adaptación de la obra de Héctor Osterheld —su primera entrega fue escrita entre 1957 y 1959, bajo la sombra de la Revolución Fusiladora— resurge en un contexto donde los fantasmas del pasado se confunden con los monstruos del ahora. 



EL ARTE COMO TRINCHERA  

 

Osterheld, desaparecido en 1977 por la dictadura cívico-militar, supo convertir la ciencia ficción en un manifiesto político. Su relato de una invasión extraterrestre que arrasa Buenos Aires no era una fábula escapista, sino una metáfora descarnada de la Argentina bajo el terror antiperonista. Los “bichos” que acechan en la noche, exigiendo obediencia a través de cascos alienígenas, encarnaban a los mismos verdugos que, tras el golpe de 1955, prohibieron la Marcha Peronista, fusilaron militantes en José León Suárez y convirtieron la zona de Martínez y Saavedra —escenario de la serie y de las reuniones del General Juan José Valle— en un refugio clandestino de resistencia. 


Héctor Osterheld junto a su familia antes de ser desaparecidos
Héctor Osterheld junto a su familia antes de ser desaparecidos

El héroe de Osterheld no es un superhombre, sino Juan Salvo, un obrero que encarna la épica colectiva. La resistencia se construye entre vecinos, con miedos y solidaridades a flor de piel. Aquel “¡Viva la resistencia, viva Argentina!” transmitido por radio en la historieta no era un guiño ingenuo: era un grito subversivo en una época donde el peronismo era perseguido como herejía. Osterheld pagaría caro su coraje: cuatro de sus hijas, tres yernos y dos nietos fueron secuestrados antes que él, borrando una familia entera del mapa.




EL FLACO ETERNO Y EL REVÉS LIBERTARIO

 

No sorprende que Néstor Kirchner, otro obrero de la política, haya elevado El Eternauta a símbolo. La saga, con su llamado a la organización popular, resonaba en su proyecto de reconstruir un movimiento masivo tras el colapso del 2001. Hoy, sin embargo, la serie aterriza en una Argentina gobernada por los herederos ideológicos de aquella Revolución Libertadora que Osterheld denunció. Javier Milei, con su retórica de “vivar la libertad” y su nostalgia por el ’55, parece empeñado en revivir el sueño de una Argentina preperonista: un país sin sindicatos, sin derechos, sin memoria. 

 

La invasión extraterrestre de Netflix llega justo cuando el gobierno actual desmantela el Estado, criminaliza la protesta y glorifica el individualismo. Los “infiltrados” que en la serie colaboran con los alienígenas —ciegos, autómatas— encuentran su correlato en una sociedad donde medios y algoritmos repiten consignas de ajuste como si fueran dogmas. ¿Dónde está hoy el héroe colectivo? La pregunta de Osterheld resuena en las plazas vacías, en las ollas populares, en los jóvenes y jubilados que buscan en un salario minimo fijado en 300 mil pesos la palabra “dignidad”.



 

NETFLIX, KOJIMA Y LA BATALLA CULTURAL

 

La paradoja es que esta historia de resistencia se globalice mediante Netflix, un gigante del capitalismo cultural. Pero el arte, como la memoria, es impredecible. El entusiasmo de Hideo Kojima —gurú de los videojuegos— por adaptar El Eternauta podría amplificar su mensaje en una generación que juega Metal Gear Solid mientras Milei promete dólarizar la economía. Imaginen el pánico libertario ante un hit juvenil que hable de cooperación frente a la catástrofe. 



 

LA MEMORIA Y LA ORGANIZACIÓN VENCEN AL TIEMPO

  

La última vez que vieron a Osterheld con vida fue en El Vesubio, centro clandestino donde la dictadura intentó callar su pluma. Pero como los personajes de su cómic, su legado atraviesa el tiempo.

 

El Eternauta no es solo un relato de los años 50, 60 o 70: es un espejo que devuelve la imagen de una Argentina sitiada, donde la resistencia deberá volver a gestarse en los barrios, plazas y ollas populares.  

 

En un presente donde el gobierno reivindica aquellas dictaduras y destruye monumentos como el de Osvaldo Bayer, la serie nos recuerda que los “bichos” nunca se fueron. Solo cambiaron de forma. Y que, como escribió Osterheld, la única salvación es colectiva.

 

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